Discípulos del Señor I  

Posted by El Tiri

 

“Si en las cosas humanas hay algo enteramente divino que pudieran envidiarnos los ciudadanos celestiales (caso que en ellos pudiera caber la envidia), esto es ciertamente el sacrosanto sacrificio de la Misa, merced al cual el hombre posee anticipadamente el Cielo en la tierra, al tener ante los ojos y tratar con las manos al mismo Creador del Cielo y de la Tierra.”

                                                                       (Papa Urbano VIII)

El Monaguillo

1) Servidor de Jesucristo

    Poder servir en el Altar es un privilegio del joven católico y su mayor honor. Aunque ser un servidor no parece un oficio muy noble, no obstante, lo es. A los más altos funcionarios del estado se les llama “ministros”, y sin embargo, la palabra no significa otra cosa más que servidor.

Por lo tanto, es exacto afirmar que un monaguillo es un ministro o servidor.

    Ahora bien, en el servicio que uno presta, interesa mucho la calidad del señor al que se sirve. El ministro sirve al Estado, a la nación. El bienestar y el honor de todo un pueblo le han sido confiados. Precisamente en consideración a la importancia de este servicio, el ministro o servidor del Estado es tratado con tanto honor y distinción.

    El monaguillo es un muchacho y su Señor es más grande que todos los gobernantes de este mundo. Su Señor es Jesucristo. Servirle a Él representa gobernar, e incluso ser rey. El Reino en el que presta sus servicios el monaguillo está sobre las naciones y los Reinos de este mundo. Es el Reino de Dios, el único que no perecerá jamás y que no tiene fronteras. Y su servicio es el que se realiza en la obra más importante que pueda realizarse en este Reino, para honrar al Dios inmortal y en provecho del mundo: la obra del santo sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo. Por esto el monaguillo, aunque todavía no sea más que un muchacho, es, sin embargo, tan grande delante de Dios y tan honrado por la Santa Iglesia.

    El acólito o monaguillo es el ministro que sirve y ayuda al Sacerdote en las funciones de la Sagrada Liturgia, especialmente en el santo sacrificio de la Misa. Después de la función del Sacerdote que consagra, no hay otra función tan noble como el oficio del ministro que le asiste. Mediante su oficio, el acólito está en contacto más íntimo y frecuente con las cosas santas.

  • Para ser un buen acólito debe saber las ceremonias de la sagrada liturgia que le corresponden; y ha de ejecutarlas bien y con el espíritu propio de las mismas.

Para ser un acólito bueno ha de amar mucho a Nuestro Señor Jesucristo y evitar todo pecado.

 

2) Cualidades del buen acólito:

  • La piedad se manifiesta en la digna y frecuente recepción de los santos Sacramentos, en la asidua y devota oración, en el gusto por las cosas del culto, en la compostura recogida durante las celebraciones.

 

  • La obediencia se practica haciendo con prontitud todo lo que se manda, y asistiendo con puntualidad a todas las ceremonias.

 

  • El respeto se debe al Sacerdote y a todos los Ministros del culto.

 

  • La reverencia se debe a Dios, a los Santos, al templo y a todos lo objetos que sirven para el culto divino.

3) Compañero de los ángeles

    San Juan, apóstol y evangelista del Señor, durante su vida terrena tuvo ya el privilegio de vislumbrar lo que ocurre en el Cielo. A partir del cuarto capítulo del Apocalipsis nos cuenta su visión. ¿Qué fue lo que vio? En medio del Cielo, vio colocado un gran trono, en el que estaba sentado Dios Padre Omnipotente, rodeado de un hermoso arco iris. Siete antorchas arden delante de su faz. Cuatro asistentes al trono están a su alrededor. Se trata de cuatro misteriosos seres vivientes con seis alas cada uno y con el cuerpo lleno de ojos. Uno de ellos tiene la cara de león, otro de toro, otro de hombre y el último de águila. En veinticuatro tronos alrededor del trono de Dios se hallan sentados otros tantos ancianos de blancas vestiduras y que en la cabeza llevan una corona de oro. En medio, delante del trono, está un “Cordero como inmolado”, el Cordero de Dios, el Salvador del mundo, con el fulgor de sus llagas transfiguradas. Alrededor del trono y del Cordero, se congregan las innumerables huestes de ángeles y santos, todos los cuales celebran como un gran oficio divino en la presencia de Dios y del Cordero. Entonces traen el libro que nadie puede abrir ni leer, salvo el Cordero de Dios. Arden las antorchas y un ángel mueve el incensario, del que se elevan nubes olorosas. Se oye la música de arpas y trompetas y todo son genuflexiones y reverencias, y todo decir “amén” y “aleluya”. Es la liturgia del Cielo, que no conoce principio ni fin.

   Lo que hacen los ángeles en el Cielo, hacemos los cristianos en la tierra, como pueblo santo de Dios. Cada iglesia es la casa de Dios. Allí está el trono invisible del Padre celestial. En cada consagración desciende misteriosamente a nuestros Altares el Cordero de Dios transfigurado, como víctima que ha sido inmolada. Pero donde está Jesucristo, allí se abren los Cielos. Y entonces estamos en compañía de sus ángeles y santos. De una manera invisible ellos están con nosotros alrededor del Altar, y nosotros mezclamos nuestras voces con sus cantos de santo (en latín se dice sanctus), amén y aleluya. Pero tú, pequeño monaguillo, llevas como ellos luces, y el incensario y el libro, y con la campanilla anuncias a todo el pueblo “lo que va a suceder”. El oficio de monaguillo es oficio de ángel. Y de la misma manera que San Juan se quedó pasmado viendo a los ángeles que ministraban delante del trono de Dios, así también los ángeles se admiran de ver cómo un muchacho como tú desempeña en el Altar tan santo ministerio.